Diálogos en el marco del Congreso Internacional de Complejidad

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Reflexiones sobre política urbana y rural con Edgar Morin

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La Revue Kairós : un espace latino-américain de réflexion et un pont humaniste sur le monde

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Chevalier de l’Ordre des Arts et des Lettres

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Una carta para Francia

Querida Francia:

A pedido de Edgar Morin te escribo con la finalidad de dar cuenta de mi francidad o proceso de afrancesamiento. Espero, pues, tengas un momento para leerme.

Te digo de entrada que no soy uno de tus hijos de tierra ni de sangre, aunque no serlo y serlo tenga que ver con lo que estructura mi interioridad. No tengo antepasados galos, ni el ojo azul pálido. Mi raza solo se sublevó por la conquista unida al saqueo, a cambio de la evangelización: la espada, la bandera y la cruz en la mano. Tengo en mi fuero interior, no sé de dónde, ni cómo, ni por qué, una alianza compleja hecha de andanza, hospitalidad y fraternidad que aspira a la identidad humana planetaria.

Espero que, a pesar de mi extranjería, esta carta te genere confianza en mí y en ti, en nuestras alteridades respectivas.

Te contaré lo que cifra, mas no cuenta, el número de mi seguro social o el de mi tarjeta de identidad. Dejaré en filigrana lo importante y práctico que resulta para un Estado moderno contar con individuos listados que reconozcan y respeten los deberes y derechos civiles, económicos y sociales.

En mis primeros balbuceos no pronuncié las Vocales de Rimbaud (“E blanc”, “I rouge”, “U vert”, “O bleu”); por lo menos no lo hice en tu lengua, querida Francia. Así pueda hoy, cruzando las glorias y los fracasos de tu bandera con aquellos ultramarinos de mi ciudad natal, contarte el nacimiento latente de mi sintaxis mental, mi individualidad y mi personalidad.

En esta sintaxis compleja, hecha de idiomas y lenguajes diversos, el francés interpreta, en modo mayor, una partitura donde tú misma -tu cultura y tu civilización, tu arte de la guerra y de la paz, tu plaza de la Concordia que rinde homenaje a una cultura extranjera, tus productos regionales, tus valles, ríos y montañas, Cotignac, Ouessant y Córcega, la Libertad ante todo-, en definitiva: tu geografía, tu historia, tu cultura, toda tú eres algo más que mi padre o madre patria; te has vuelto para mí, en la trinidad que me religa, mi espíritu patrio.

¡Que Dios me perdone por esta herejía! Pero tú sabes mucho de eso: tú que por tanto tiempo fue proclamada hija mayor de la Iglesia. Es cierto que te gusta ser, de todas las naciones, la más rebelde y libre; la única, que yo sepa, que puede ser a la vez católica y laica, noble y revolucionaria, de derecha y de izquierda, de abolengo y plebeya. Casi nunca has tenido miedo de conjugar lo Universal. Eres la primera república moderna capaz de gestionar una cohabitación política en la cúpula del Estado sin abrir la caja de Pandora a la guerra civil. Talvez, eso sea el resultado de la solidez y la madurez de tus instituciones administrativas y políticas; pero talvez, también, sea la memoria viva de tantas guerras y regímenes de terror, y de tu famosa Revolución que enarbola una trinidad sublime: Liberté, Egalité, Fraternité. Son lecciones, querida Francia, que alimentan mi cultura teológico-política; son murallas mentales que tengo para combatir integrismos.

La más lejana anamnesis de mi memoria viva recuerda un niño nacido en las montañas de los Andes americanos, en una ciudad homónima de aquella más antigua aún y que se encuentra en la península Ibérica: Medellín de Extremadura.

Este niño hispanoamericano, maravillado, oía sin comprender a un padre al que el miedo, el orgullo y la megalomanía conducían en noches de alcohol, a recitar, en una lengua muy suave, hecha para hablar a las mujeres y a los embajadores, decía, La nuit d’octobre. Nací, como el poema, un día de octubre, bajo la constelación de Escorpio. Tú lo sabe, desde que, documentado con tu efigie republicana, me ahorras el intransigente: “¡Papeles, por favor!”.

Aprendí con el tiempo que aquel poema canta un diálogo sobre los celos virtuales o reales: el sufrimiento de amar (sentía en el alma un tal desamparo / Que me trajo la sospecha de una infidelidad). La Musa da al Poeta una lección de vida y sabiduría. Me parece escucharla solamente en el pensamiento y el desapego del idioma francés, cuando su sintaxis sublima la furia de los celos y las pasiones latinos. Esos versos preferidos me recuerdan a una estudiante en la Sorbona para quien escribí mis primeras cartas y dedicatorias de amor en tu idioma, querida Francia. Teníamos un diario íntimo, de enamorados por cierto, que escribíamos a cuatro manos o por turnos, para releernos en voz alta lo que habíamos hecho o pensado en ausencia del ser amado. Rojo y Negro era, en aquel entonces, mi libro de cabecera.

¡Que romántico!, incluso ¡demasiado! –dirías tú, pero sabes muy bien que el aprendizaje de una lengua es siempre una historia de amor. Reconozco haber iniciado los vuelos líricos y las escapadas románticas, ayudado a escondidas por el diccionario Petit Robert. Eran a menudo torpes, porque yo no tenía aún el conocimiento que tengo hoy de tu idioma ni de tus distintos códigos de decoro. Entonces, me acuerdo de las sonrisas benévolas de nuestros compañeros de universidad; o de la de su madre, que en paz descanse, cuando abría la puerta de su gran apartamento en el bulevar Saint-Michel, viéndome cada viernes por la tarde, solemne y ritual, con una rosa en la mano; la rosa de nadie y de todo el mundo. Fue un amor de iniciación lleno de esperanzas y de desesperación. Su partida fue para mí como una evocación del desgarramiento del cordón umbilical. Mi primera reacción fue no escribir ni una línea más de amor en esta lengua de adopción que me abandonaba; aunque Góngora advierte de tan buena manera en mi lengua materna: A batallas de amor / Campo de plumas.

Éramos tan jóvenes y de amor tan febril. Ella me inició al Magnificat de Bach; corregía pacientemente mis errores de pronunciación francesa en la lectura de los grandes himnos de Hölderlin; me obsequió mi primera Biblia en francés y me enseñó a leerla con el corazón. Estuve tan enamorado como Dante, y furioso de ser tan evidente: los vendedores del mercado nunca habían oído el nombre de mi amada. Mi anamnesis la recuerda con su madre descifrando a cuatro manos un pasaje de la Fantasía de Schubert, o ganando por un beso la apuesta de atacar en perfecta suavidad el segundo movimiento del sublime 23-k488 de Mozart. Debo decirle, querida Francia, que tengo una foto sentado al piano cuando tenía dos años de edad. Era un hermoso piano de cola en el que mi padre tocaba sonatas de Mozart y que los acreedores se llevaron con todo lo demás cuando él cayó en bancarrota; una desgracia que jamás superó, pero que más tarde le enseñó a decir, a la estoica y en latín: quien nada tiene es el más rico, porque no tiene nada que temer ni nada que envidiar.

Jamás supe muy bien lo que ella aprendió de mí. He aquí, en todo caso, los versos del poema de Musset:

N’outrage pas ce jour lorsque tu parles d’elle ; / Si tu veux être aimé, respecte ton amour (…) À défaut du pardon, laisse venir l’oubli./ Les morts dorment en paix dans le sein de la terre : / Ainsi doivent dormir nos sentiments éteints./ Ces reliques du cœur ont aussi leur poussière ; / Sur leurs restes sacrés ne portons pas les mains./ Pourquoi, dans ce récit d’une vive souffrance, / Ne veux-tu voir qu’un rêve et qu’un amour trompé ?/ Est-ce donc sans motif qu’agit la Providence / Et crois-tu donc distrait le Dieu qui t’a frappé ?/ Le coup dont tu te plains t’a préservé peut-être, / Enfant ; car c’est par là que ton cœur s’est ouvert./ L’homme est un apprenti, la douleur est son maître, / Et nul ne se connaît tant qu’il n’a pas souffert. / C’est une dure loi, mais une loi suprême, / Vieille comme le monde et la fatalité, / Qu’il nous faut du malheur recevoir le baptême, / Et qu’à ce triste prix tout doit être acheté.

Recitar de memoria Nuit d’octobre, que tiene más de doscientos versos, como lo hacía mi padre, será siempre una proeza que yo mismo igualé el día que, desde de la colina más alta de Cotignac, el pueblo bajo un peñasco troglodita, en Var, celebré mi nacimiento republicano a la francesa recitando de corrido y en contrapunteo La nuit d’octobre Le bateau ivre. Mi corazón siempre dudó entre lo romántico y lo rebelde. Entonces aprendí de ti, querida Francia, el asombro y el miedo, la compasión y la indignación.

Talvez quieras saber ¿por qué? dados mis patronímicos, no fui a expatriarme en España o incluso en los Estados Unidos como hacen la inmensa mayoría de Latinos en busca del “sueño americano”. Escribiéndote esta carta me doy cuenta de que la razón todavía se encuentra en esa “Noche de Octubre”. Ahora entiendo por qué mi padre recitaba este poema de forma tan conmovedora en las noches de embriaguez. Otra historia de infidelidad y abandono, otra historia de amor que sucede en tu idioma, querida Francia. Después de su graduación, mi padre llegó a París pensando en estudiar medicina, pero quizá la bohemia parisina lo llevó a preferir el piano que tocaba con nostalgia en bares y que en los dias acompañaba con novelas que leía mientras fumaba su pipa y acercaba buen vino. Era hijo único de un hombre adinerado, deseado por mucho tiempo y que estuvo a punto de perecer en su infancia. Un pequeño superdotado cuyo ego, por gracia y desgracia, era más grande que la realidad exterior, circunscrito al reinado de Principio de placer y a una capacidad extraordinaria de encontrar siempre alguien presto a servirle cediendo a su verbo y a su imaginación.

De su historia de amor clandestino con la bella hija de la administradora de un hotel, alrededor de los jardines de Luxemburgo, nació una pequeña rubia de ojos claros. Debo decirte, querida Francia, que en casa de mi padre y sus antepasados colonos, soberbios como españoles, si los negros eran unos esclavos, los rubios siempre les produjeron no sé que fascinación aria y posiblemente comprensible, imperdonable siempre, a los parias, nuevos ricos. Creo que mi madre sufría de no ser rubia. El resto forma parte de una novela familiar larga, compleja y dolorosa, de la que te hablaré en otro momento, si logro hacer la catarsis necesaria del asesinato de mi hermanito el menor.

Permíteme decirte que mi español hispanoamericano materno se enamoró temprano de tu lengua, en la cual aprendí, una vez llegué a tu tierra, a hilar la geometría de Descartes y a desenredar la finura de Pascal. También aprendí a subir las escaleras adelante de una dama en falda y a no llegar jamás con un ramo de flores a la puerta de la convidante, tal como lo recomienda Proust. En La Recherche, el gran escrito galo explica que hacerlo significaría un percance para quien recibe sobre el peldaño de la puerta, ya que tendría que escoger entre honrar el ramo, vaciar el florero que ya había llenado para embellecer la acogida y darle a usted la bienvenida. Talvez sea esa la razón para ofrecer mejor caramelos, y no flores perecederas, como decía Aquél otro. Aprendí en tu lengua antigua y moderna a cabalgar rápidamente a Montaigne, guiado por Edgar Morin y sus estallidos de risa socrática, recorriendo de forma imprecisa las vías de mi romanidad hechas de una latinidad abierta a la identidad universal.

De hecho, para honrarte, poniéndote a distancia cariñosa y respetuosa, entre gracia y gravedad, a fin de que tu delirio integrador no me vuelva loco, me gusta presentarme a quienes me piden un curriculum vitae diciendo primero que tengo un origen mestizo iberoamericano, una educación laica a la francesa y los paradigmas mentales judíos y cristianos abiertos a la diversidad cultural y a la identidad planetaria. Tu ignoras hasta qué punto te estoy agradecido de esa educación laica y gratuita; lo orgulloso que estoy de transmitirla a mis hijos; como la anoto en mis actos profesionales y personales. Estuve particularmente orgulloso de ver a mi hija luchar por una segunda oportunidad y reintegrarse (en su último año de bachillerato) a la Maison d’éducation de la Légion d’honneur, rindiendo homenaje, de ese modo, a la herencia de su bisabuelo corso quien combatió en la Gran Guerra. Esta es una parte muy importante de mi francidad.

Por supuesto, devanado así como un catálogo al estilo de Prévert, todo esto parece grandilocuente a tu lengua que, en su gramática, es tan rigurosa, enamorada de medida y de razón. Algunos de tu élite, preferirían otras tarjetas de presentación. Un día, alguien me dijo durante una fiesta, cuando ya había obtenido mi bachillerato en Colombia y me encontraba en primer año de licenciatura de filosofía en Paris, que la vía real de la nobleza de Estado era el verdadero “recorrido a la francesa”: un bachillerato científico (“Bac S”), una “Preparatoria en la Montaigne SG” o donde el Père Luis”, luego en la “Rue d’Ulm” y en la “Rue Saint-Guillaume”, y finalmente, en «X» o los claustros de Estrasburgo; evitando en la medida de lo posible, las aberraciones mentales de aquellos que, sinembargo, creyeron que  «El futuro dura mucho tiempo» –aunque no para la mujer de Althusser!-. En efecto, puede decirse que eran buenos tiempos aquellos cuando la gran escuela tenía para sus alumnos, a modo de patio de recreo, las alamedas del Jardín de la Médicis; pero sería necesario vivir esta vocación europea verdaderamente, ¡sin traicionarla con las «pantuflas» de la City!

Para declararte lo que hay en mí de francidad, todavía debo, querida Francia, hacer un esfuerzo de anamnesis y traer del fondo de mi memoria infantil la voz de mi padre que canta, muy orgulloso, un verso aterrador de la Marsellesa. Un día lo tradujo al español y yo ya no pude escucharlo sin esquivar el miedo que paraliza mi sangre y me borra la vista. Ya sabes, se trata del verso que prescribe a oír dans les campagnes mugir ces féroces soldats (…oír “rugir en las montañas a esos soldados feroces”…) Asustado, los veo venir jusque dans vos bras, Egorger vos fils, vos compagnes (… “venir y en sus brazos degollar sus hijos, sus compañeras”…). Entonces, me siento conmovido, compasivo, solidario de todos tus combates para que tus niños y tus compañeras, mis niños y mi esposa, vivan libres y con dignidad. Afortunadamente no conozco los horrores de la guerra, pero quiero que sepas que cada vez que leo la atrocidad de tus Chemins des Dames me siento tu soldado de infantería más pequeño y más fiel. Aunque, debo decír, dama Mariana, con todo el respeto y la franqueza que te debo, “porque seré siempre para ti un extranjero, un bárbaro, una voz de otra parte”, debo decirte que yo no apruebo las guerras donde te enrolas para justificar la trastada de tus aliados poderosos. Pero esto es otra historia…

Un día de invierno en París conocí a mi esposa, mi mujer visible. Ella iluminó mi vida por haberme dado tres hijos, los tres únicos. Todavía no te he dicho que mi parte más francesa y más bella se encuentra en ellos, nacidos en París del vientre de una de tus hijas de sangre y tierra. Si se puede hablar de raíz francesa respecto a una Corsa de sangre materna, o aún si se puede decir que esta “isla de belleza”, feroz y terrible, es una raíz francesa; y sinembargo, lo creen todas mis fibras físicas y espirituales. Tengo a Córcega por más francesa que tú misma, querida Francia, ya que, a mi juicio, la palabra que mejor te define y que ilumina tu mirada de auroras siempre posibles, es la palabra Libertad. Efectivamente, creo que la razón de ser de Córcega para su parte francesa, su esencia, su francidad, es precisamente la Liberté, en tanto va unida a la relación subsistente de constitucionalidad primitiva y al orgullo de ser uno mismo. Lo podemos leer en cada risotada del mar que rodea esa isla, muralla en medio del Mediterráneo contra todos los integrismos y las tiranías.

Desde el principio, dejé a mis hijos hablar su lengua materna, la tuya! querida Francia, talvez por facilidad, talvez también porque el francés es el idioma en el que amo a su madre. Esto me causa a veces pequeños sufrimientos, con pocas consecuencias para mi edad, pero que me recuerdan la violencia que toda lengua oculta para perseverar en su ser, tanto la lengua del huésped como la del emigrado. Es entonces cuando constato la fractura social que provoca la fractura lingüística; las rebeliones, las exclusiones, las estigmatizaciones que viven aquellos que asumen en sus periferias el haber nacido en Otra parte. Es entonces cuando veo cierto tipo de aculturación que provoca la migración maltratada y encerrada en periferia en las áreas de comunitarismo.

A veces, en efecto, cansado, despreocupado o simplemente con espíritu errante, libre de corsés gramáticos no finalizo una frase, o creo sin razón, quizá, que la connivencia lingüística, el espíritu, en suma, bastaría para paliar la ausencia de una de tus palabras. Hay que decir que el idioma francés no soporta la ausencia de no sé cual conector lógico heredado de tus propias batallas con las lenguas antiguas, sin recordar todos los dialectos que tú misma has encorsetado hasta que los volviste mudos. Entonces un gesto, una mueca, y aparecen mis pequeños traviesos, que por nacer en París, en el hospital público de Port Royal, se arrogan el derecho de vestir inmediatamente el traje negro de los aterradores maestros de la Tercera República. Ellos escudriñan los surcos de tu lengua y de mi memoria, con un lápiz rojo sangre en la mano. Mis hijos, siendo aún pequeños, ya se permitían instruirme con una risita burlona y poco condescendiente: “¡eso no es un francés correcto! Papito”.

Siempre recordé, en esos momentos de exclusión lingüística, a todos aquellos que, a pesar de todo, viven contigo desde hace mucho tiempo, pero que permanecen, impotentes y aterrorizados a la orilla de tu significante morada, ignorando la fiesta de tus chistes o finos giros idiomáticos, por no haber vivido con tu lengua una historia de amor y concepción. Y sinembargo, ninguno tiene en tu morada cultural, ni en otro lugar, el monopolio del afrancesamiento. Obviamente, eso exige, para obtenerlo, una condición: amarse hasta el punto de respetar juntos la distancia que impone toda verdadera alteridad. Es a este precio que surge entonces con tu idioma el sentido de una palabra en relación subsistente.

Como tú sabes, tengo títulos en filosofía de tu facultad, la más tradicional en mi época, la Sorbona, también conocida como la Universidad de París IV, en recuerdo de la división de los Mandarines que siguió a tu revolución juvenil de 1968. Parece que otras universidades conservan la nostalgia del nombre prestigioso, Sorbona, aunque yo continúe prefiriendo el tono libre e innovador que se encuentra entre las paredes de tu Colegio de Francia, sin ánimo de ofender a los religiosos del saber de todos los tiempos. Estos son los contrastes que me gustan de ti.

Como dicen los jóvenes de la Seine Saint-Denis, tuve que “remar duro” para salir adelante e insertarme en el mundo profesional con esos títulos de filosofía. De alguna manera, había que ser paciente, luego filósofo. Porque algunas veces debí renegar de ellos, de esos cartones, aunque estuviera tan orgulloso. Los obtuve trasnochando en la dureza y la soledad de una buhardilla de cuatro metros cuadrados, sin calefacción. No los mencioné la primera vez en una agencia temporal para conseguir un trabajo como empacador de instrumentos musicales. Iban a ser útiles para mí más tarde como diplomas universitarios y me harían las veces de “ascensor social” a la categoría A. Una historia de estatus administrativo y rango profesional como las que tanto te gustan, pero que muestra bien que tú sabes recompensar el mérito y el esfuerzo, sin distinción de abolengo, de raza o de religión.

Otro día mágico, encontré mi camino a Damasco, al encontrarme con Edgar Morin, ese gran cóndor de altitud planetaria. Bajo su ojo experto y con la ayuda atenta de queridos amigos, tomé mi vuelo. Aprobé el concurso y el examen profesional para hacerse funcionario cualificado de tu ministerio de la Educación Nacional y de la Enseñanza Superior. Mi parte francesa profesional coincide aquí con mi compromiso simple y cotidiano por los valores de tu servicio público. Luego están esas palabras clave, poderosas, cargadas de tu historia republicana y de tus siglos de ilustración que hago vivir en mí y a través de mí cada día como un funcionario, pero sobre todo como un ciudadano francés: laicismolibertadigualdadfraternidad. Uno de mis mayores orgullos es el de haber estado, a tu servicio, como director del departamento “Américas» en la dirección de Relaciones Internacionales de tu ministerio de Educación Nacional, de Educación Superior y de Juventud; al igual que el haber sido un agregado de cooperación con rango diplomático ante la embajada francesa en Perú y Argentina.

Orgullo para mi familia y amigos, sospecha siempre para mis enemigos y sus integristas: yo, el mestizo hispanoamericano, de origen colombiano, debía diseñar, implementar y evaluar una parte de la política de cooperación francesa en los ámbitos educativo y cultural, no sólo a partir de la supervisión de una oficina de administración central de un gran ministerio, sino, a continuación, por el uso de un pasaporte diplomático francés en América Latina!

El lazo entre el Viejo y el Nuevo Mundo se convertía desde entonces en una especie de virtud y ya no más en el círculo vicioso que genera rencor entre el amo y el esclavo, el colono y el colonizado. Algunos me dicen «barquero cultural”. La palabra suena bella y evocadora. Hasta es objeto de estudios ilustrados en gestión cultural. Pero, pregunto: ¿solo hay un río de muerte y olvido entre nuestros dos mundos?

La palabra “barquero” es tan rica como ambigua. Nos recuerda, en efecto, que muchos tráficos y paraísos fiscales elaboran y corrompen la relación entre nuestros países. Ahorraré el número de veces, querida Francia, donde tuve que hacer de «colombiano de servicio» para explicar, a los verdaderos o a los falsos ingenuos, que todos los colombianos no son «Pablo Escobar», que también hay gente como Botero o Gabriel García Márquez, gente honesta y viceversa, por supuesto que todos los colombianos no son arribistas de cuello blanco ni bebedores de café. Incluso escribí una vez sobre este tema, querida Francia, en un artículo de opinión en tu diario nacional, Libération. Por otro lado, me gusta aquel Árabe que dijo un día: “soy magrebí y no me gusta ni el cuscús, ni la chorba”. A mí, colombiano de origen y francés de adopción, por alianza, me encantan, sobre todo cuando un magrebí los prepara.

Uno no se vuelve objeto de publicidad sin que haya desprecio entre unos y otros; tampoco uno se vuelve “ejemplar” por su identidad como decía Borges a propósito de la Gloria. Por todas estas razones, y probablemente debido a algún malentendido, resulta que fui noticia de primera plana en los periódicos colombianos que evocaban un talento errante o no sé que “fuga de cerebros”. Pero todo esto, querida Francia, no me perturba, porque sé que por más arriba que te sienten, nunca estarás sentado más alto que tu trasero, como ya decía, de una manera tan elegante, el querido Montaigne.

Todo esto ha tenido sentido para mí, razón de ser, porque me has dado, querida Francia, este afrancesamiento que le das a los errantes de las naciones. Parte de un todo y todo de una parte que yo llamo una participación en lo Universal. Esta parte que parece a veces tan ínfima, ce petit rien à cause duquel on aspire à tant, à presque l’infini (“esa pizca de algo que aspira a tanto, casi a lo infinito”, la imagen es de tu poeta Henri Michaux); aquí surge, el todo y la parte, los tres componentes de tu Constitución modernizada constantemente: Derechos Humanos, Derechos Económicos y Sociales, Carta del medio ambiente.

Finalmente, querida Francia, me gustaría decir por qué quise de entrada tutearte, si bien tu voz “Usted”, cargada de miles de matices cercanos y lejanos, finos y ásperos, permite al francés ser aún el último recurso de una cortesía diplomática entre las naciones. Sí, me gustaría siempre tratarla de tú, ahora que la conozco desde hace casi treinta años (no vea ahí, ninguna alusión a sus juegos políticos), es también debido a la hermosa canción infantil de Prévert. Usted sabe, la mayoría de los poemas de Prévert son como versos para la infancia francesa que yo no tuve: je dis tu à tous ceux que j’aime, même si… à tous ceux qui s’aiment, même si … (…“digo tú a todos los que amo, aunque… a todos los que se aman, aunque…”).

Con todo, aprendí a amarte, querida Francia; aprendí a decir y repetir siempre en tu idioma te amo, aun cuando aquella que yo amo no me haya vuelto a decir: je t’aime. Tan grande es mi anamnesis, mi respuesta en lengua sagrada y profana, mi parte francesa, ma francité, cher Cóndor.


Nota bene

Con motivo de las elecciones presidenciales en Francia, previstas para mayo 2012, y debido a que cada cierto ciclo la extranjería se vuelve “chivo expiatorio” para algunos en la sociedad gala, un grupo de intelectuales y políticos de origen extranjero y nacionalidad francesa, convocados por Edgar Morin, escribieron textos para dar cuenta del proceso de afrancesamiento o de la parte de francidad en cada uno de ellos, marcando así una visión y una nación a su vez unida y diversa, en cuanto a sus raíces y fuentes culturales. Reunidos en el libro Francia Una y Multicultural – Cartas a los ciudadanos de Francia, estos textos, del cual hace parte “Una carta para Francia”, fueron publicados por la editorial Fayard, en Paris, dos meses antes de la elección del socialista François Hollande. Manuel Valls, ministro del Interior del primer gobierno de Hollande, hace parte de los autores, entre los que está también la candidata a la presidencia de Francia por el partido ecologista, Eva Joly.

La versión original de Una carta para Francia fue escrita en francés, en Paris entre la 1 y las 4 de la mañana, del día sábado 12 de noviembre de 2011. Esta versión en español resulta de una traducción, amable cortesía, de los alumnos del curso de francés de Alejandro Arroyave en la Universidad de Antioquia, que he retomado y reescrito, que mi hermana Amparo Inés de las Mercedes, profesora de la Universidad Pontificia Bolivariana, ha limpiado de galicismos y contrasentidos.

«Una carta para Francia», in »El Aleph», N° 164, enero/ marzo 2013, p. 22

Lettre à France

«Dans cette syntaxe complexe faite de plusieurs langues et divers langages, le français joue une partition en mode majeur où vous-même – votre culture et votre civilisation, votre art de la guerre et de la paix, votre place de la Concorde rendant hommage à une culture d’ailleurs, vos produits de terroirs, vos vallées, vos rivières […]

La Pensée complexe selon Edgar Morin

Nelson VALLEJO : Pouvez-vous nous dire ce que vous entendez par pensée complexe, par paradigme de complexité et par boucle dialogique ? Edgar MORIN : « Je dirais que la pensée complexe est tout d’abord une pensée qui relie. C’est le sens le plus proche du terme complexus (ce qui est tissé ensemble). Cela veut dire que par opposition […]