Domingo de Ramos

Bitácora de mi cotidianidad parisina, Domingo de Ramos 2024

Urge hoy, como si fuera siempre, meditar en la entrega libre a una pasión misionera, a la trahición, a la experiencia de la mortalidad y del sufrimiento inimaginable, a la confianza en lo que llaman resurrección, conciencia viva o resiliencia.

Hay, en re-sucitar una voluntad de volver a lo esencial.

Ayer en la mañana, estuve en la prefectura de París, retirando el pasaporte y la cédula renovados hasta el 2034. Sólo me demoré unos minutos, firmé unos recibos y salí con los nuevos documentos.

No pude evitar recordar cuando, en los años 1980, cuando yo era un estudiante que, a veces se quedaba indocumentado, porque las colas, de hasta un día entero, que había para los extranjeros en la prefectura, eran inmamables, como dicen los paisas, entonces retardaba el momento de ir a renovar el permiso de estadía en Francia, ya vencido.

Me sentía tan despojado y tan harapiento, tan miserable, buscando estrategias para que me renovaran los papeles, así la justificación de tener carta estudiantil y un contrato a término definido como cuidandero de alumnos en horas de recreación fueran justificantes valiosos, en mi condición de inmigrante.

Eché cuidadosamente el nuevo pasaporte y la nueva cédula de ciudadanía en el bolsillo. La cédula tiene ahora forma de tarjeta bancaria y es válida para pasar todas las fronteras de la Unión Europea.

Acoto para mi fuero interior que no me siento ni ciudadano francés ni ya tampoco ciudadano colombiano; sin por eso, ser paria, pero sufriendo siempre aquel sentimiento extraño que sentí al llegar por primera vez a Madrid,
una mañana del invierno de 1983, al hablar castellano y tener la conciencia viva que sólo hablaba un idioma impropio.

Ahora, que también balbuceo el idioma moderno de los galos, sigo pensando que tengo dos idiomas y ninguno de los dos es mío.

Llamo a ese sentimiento: errancia lingüística.

Me siento más en mis raíces, yendo a la placita de mercado, los domingos por la mañana, a comprar espinacas frescas de los campos de Isla de Francia, que voy a cocer en mantequilla salada y ajo, a comprar granadas de Marruecos, granadillas y bananos de Ecuador, naranjas y mandarinas de España, pueros de Burgoña.