EDUCAR PARA UNA IDENTIDAD COMPLEJA UNIDA EN LA DIVERSIDAD

Vallejo-Gómez en el Parlamento europeo ante la plenaria de EuropAgora (Strasbourg, 23/05/2024)

Nelson Vallejo-Gómez

Europa y el mundo encaran en este momento de guerra y de zozobra económica y ambiental un reto civilizatorio definitivo: el siglo XXI debe ser el del respeto de la dignidad humana desde un enfoque de complejidad o no lo será. La preconización de Nelson Vallejo-Gómez, ante una plenaria de 300 jóvenes reunidos en el Parlamento de Strasbourg, retrotrae todo el inmenso aporte filosófico europeo para llegar al punto confluente -ineludible y paradigmático en esta confrontación dialéctica- que es la propuesta humanista de Edgar Morin en su pensamiento complejo.

La versión original de esta conferencia fue escrita en francés. Su traducción al español ha corrido a cargo de la profesora Mercedes Vallejo Gómez (Universidad de Antioquia, Colombia).

La Asociación EuropAgora reunió en la sede del Parlamento Europeo, durante dos días de mayo de 2024, a cientos de jóvenes provenientes de países miembros de la Unión, con el fin de simular una sesión plenaria de dicho Parlamento. Tuve el honor de ser invitado a dictar una conferencia sobre educación, identidad y complejidad, al inicio de la sesión.

Dije de entrada a los jóvenes que se encontraban, durante esas dos jornadas, simbólicamente investidos del poder legislativo de los diputados electos por los países miembros de la Unión europea y que, por ende, debían saber que sus competencias como legisladores de la Unión estaban delimitadas por el principio de atribución, que los países miembros confían en los tratados a las instituciones de la Unión, así como, llegado el caso, por los principios de subsidiariedad y de proporcionalidad.

Pedí a los jóvenes hacer un llamado a la dignidad inalienable en el fuero interior de cada persona en ellas y ellos, al espíritu ilustrado, a la condición humana y la identidad terrenal, a las raíces y alas, con la finalidad de proponer una resolución sobre un principio complementario, que les proponía debatir en preámbulo al ejercicio de simulación legislativa que iban a llevar a cabo. El propósito me parecía a la vez simple y complejo: hacer que la UniDiversidad de la Unión Europea fuera más sistémica, creativa y feliz.

Cuando dije que quería interpelar «sus raíces y sus alas», me refería a la vieja oposición de Platón cuando dice en su diálogo Timeo, hace más de 24 siglos, que «somos una planta, no terrestre, sino celeste». Desde entonces, hubo conflicto paradigmático por saber si somos unidad o duplicidad. Con todo, urge religar la oposición a partir de un paradigma de complejidad; pues debemos tomar conciencia, desde la biología, la química y la física contemporáneas, que nuestro cuerpo está compuesto de partículas elaboradas por explosiones solares anteriores al sol de nuestra constelación, entonces nuestras diversas conexiones cognitivas en realidad sólo están activadas, desarrolladas y enriquecidas, gracias a las interacciones que nuestras raíces familiares, comunitarias y nacionales, nuestras lenguas, lenguajes y sensaciones, nuestros sentimientos y pensamientos ponen en relación, para hacer emerger nuestra condición humana y nuestra identidad terrenal, en triada dialógica : individuo, sociedad, naturaleza, como lo propone Edgar Morin en el primer tomo de su obra magna, El Método 1, La naturaleza de la Naturaleza (Paris, 1977).

Propuse hacer referencia a un principio de energía espiritual, a la manera de Henri Bergson, es decir “pensar actuando y actuar pensando”, para mantener el movimiento vital de la existencia humana en la materialidad prosaica de lo burocrático, y para neutralizar, tanto como sea posible, el tedio «fruto del lúgubre desinterés» como decía Baudelaire. Las instituciones, las organizaciones y los funcionarios que no se regeneran, se degeneran. El reto está, entonces, en hacer que lo urgente no olvide nunca lo importante, que el negocio ideológico de los medios no pervierta ni deshonre los principios fundacionales ni los propósitos trascendentales de una organización compleja.

Nunca debemos olvidar las lecciones de los grandes pensadores europeos, les dije. A finales del siglo XIX, ya Nietzsche nos alertaba sobre el «nihilismo europeo». Él decía que este mal era tan peligroso como el inmenso desierto. La moral puede ser pervertida, usurpada y extraviada por los apologistas de la guerra. Ellos hablan de paz al mismo tiempo que degüellan a su vecino, como los terroristas que reclaman la salvación para otros al tiempo que asesinan. El nihilismo -una «pasión triste» como diría Espinoza desde el siglo XVII- es la voluntad de poder transformada en delirio imperial. Lo que conduce a robar tierras, violar mujeres y matar a los hijos de los otros, cuando éstos se rehúsan a la dictadura de los tiranos o a la ley de la fuerza.

Este «nihilismo» detectado por Nietzsche, ese «malestar en la civilización» diagnosticado por Freud, esta sed de plusvalía sin dios ni amo del capitalismo auto-eco-destructor teorizado por Marx es, de hecho, el cinismo y la indiferencia frente a valores universales, como la dignidad humana, el derecho a la vida y el derecho a la integridad física y mental de las personas. Estos valores son el substrato del Estado de Derecho y la justa justicia.

A principios del siglo pasado, Husserl resumió la crisis de lo que él había llamado las ciencias europeas o el espíritu trascendental en Europa con esta sentencia terrible y lapidaria: «la mayor amenaza de Europa es la lasitud».

Estáis pues, avisados, queridos jóvenes diputados en simulacro legislativo, les dije. Es por ello que, de manera también simbólica, les propuse imaginar que discutiran y votaran la nueva resolución con fuerza vinculante, y que se pidiera que se le inscribiera en el Tratado consolidado sobre la fundación y el funcionamiento de la Unión Europea.

La tarea es capital, insistí: aleatoria e incierta; además, concierne a toda la humanidad. Somos conscientes de que la arqueología de nuestra condición humana ya pasó de su estado larvario al control operatorio del contenido (los números irracionales), vía el estado simiesco. Ella encuentra sus diferentes metamorfosis desde el polvo de una estrella hasta el dominio del átomo, desde la creación de una fuga de Bach, hasta lo inconcebible en lo horroroso de Auschwitz. Entonces, es posible que después de un siglo XX marcado por el sello de la infamia, y de la toma de conciencia europea de que el homo sapiens está en una «era de hierro planetaria» pueda decirse que el siglo XXI será el del respeto de la dignidad humana desde un enfoque complejidad, o no lo será.