Te escribo con la finalidad de dar cuenta de mi francidad o proceso de afrancesamiento. Espero, pues, tengas un momento para leerme. Te digo de entrada que no soy uno de tus hijos de tierra ni de sangre, aunque no serlo y serlo tenga que ver con lo que estructura mi interioridad. No tengo antepasados galos, ni el ojo azul pálido. Mi raza solo se sublevó por la conquista unida al saqueo, a cambio de la evangelización: la espada, la bandera y la cruz en la mano. Tengo en mi fuero interior, no sé de dónde, ni cómo, ni por qué, una alianza compleja hecha de andanza, hospitalidad y fraternidad que aspira a la identidad humana planetaria. Espero que, a pesar de mi extranjería, esta carta (…)
«Una carta para Francia», in »El Aleph», N° 164, enero/ marzo 2013, p. 22