De la Bitácora FaceBook MetaBabel, París, 1 de enero 2017
El año 1-2017 de la era del llamado Posconflicto colombiano ha comenzado con tres escándalos que muestran la terrible sensibilidad en cuanto al regreso del «Hijo pródigo».
Se juegan y actualizan ahí, otra vez y desde siempre, las viejas lecciones morales de vida buena, que nos han dejado la civilización judeocristiana, pasando por el rigorismo protestante y el Siglo de las Luces o de la Ilustración racional –la liberación del individuo y la emancipación de las mentes.
Un escándalo atenuado por la regla del juego territorial
El primer escándalo se generó a partir de un comunicado de las Farc-EP, en razón de la posición radical y republicana del Gobernador de Antioquia, con respecto a la clara y respetuosa diferencia que debe imperar en las ZVTN, donde se alojarán por un tiempo a los exguerrilleros, mientras se insertan en la condición de ciudadanos, y se integran a la vida civil. En esas zonas puede haber reglas y reglamentos provisionales, pero ninguna zona del territorio antioqueño y por ende colombiano no puede ni debe estar por fuera de la Ley. En palabras bíblicas: «A Dios lo que es de Dios y a César lo que es del César». Precisamos que es una metáfora. A quien sepa oír, que oiga.
La batahola carnavalesca como metáfora pagana
El segundo escándalo ocurrido en el año 1-2017 del Posconflicto colombiano tiene que ver con el baile de Nochebuena o la metáfora del carnaval pagano.
El imprintig cultural por esas tierras tropicales está marcado con figuras festivas greco-romanas, judeocristianas y amerindias.
En plena Nochebuena, como en ora tiempo de carnaval, cada uno se despoja de su nombre, título, rango y abolengo. Se baila con una persona, no con “tal Señor o tal Señora», delegado del Gobierno Nacional o de Organización Internacional.
Los bailes populares o paganos no son ceremonias religiosas ni festejos señoriales o aristócratas.
En lo pagano y lo popular está lo humano en despojo.
Y una persona es, como suena el vocablo latino que la nombra: nadie; es decir, cualquiera, tú o yo, fulano, perano o mengano.
Era normal que en la fiesta de Nochebuena se bailara entre personas, entre seres humanos que sienten el ritmo ancestral de las culturas y la noche bajo el misterio de un cielo estrellado, en trance positivo y captivo con la naturaleza.
Era normal que durante el carnaval, cuando se suspende el tiempo, simplemente se baile, se respire y se sienta.
Al terminar el baile, el carnaval y la Nochebuena, cada cual retoma sus máscaras respectivas, su nombre, rango y título.
Pero el escándalo, la piedra en el camino para desviar de la ruta, lo maligno se mete por donde uno menos piensa.
Los pobres delegados de la ONU pagaron el pato. Media Colombia, la ignorante de lo humano y lo antropológico, la encerrada en el tintero leguleyo, puso el grito en el cielo.
Se utilizaron palabras de la época más nefasta de los nazis. Se habló de «pactar con el enemigo», de ser una «columna secreta» en favor del ex grupo guerrillero.
Así se manifestó, al alba en claroscuro, el segundo escándalo del año 1 de la era del Posconflicto colombiano.
Quedó claro que en Colombia hay sensibilidades de clase y «estratos» en cuanto al baile, la pista de baile y los eventuales bailarines.
Y un maná rancio con apólogo bíblico
El tercer escándalo (y último por el momento), ocurrido en el albor del año 1-2017 del Posconflicto colombiano, tiene que ver con la comida buena o rancia.
Los unos pregunta que por qué se les da comida gratis, los otros dicen que, si es rancia, ni para qué.
Con todo, ahí están en juego las figuras de la magnificencia estatal y la mezquindad individual; exceso de lo uno conlleva exceso de lo otro.
En el Acuerdo de Paz había quedado claro la necesidad de que el «Estado Providencia» o la simple «Ayuda humanitaria» entrara a jugar su papel, con responsabilidad y solidaridad.
En cuanto a la comida, se marca y demarca la dimensión cultural de una población, su nivel de humanidad o bestialidad, su sentido de altruismo o de egoísmo.
Nada es gratis; ni siquiera el hecho estratégico y político de «dar comida» a la guerrillerada fariana, mientras se estructura el proceso de reinserción cívica e individual de cada uno de los excombatientes. Se está cambiando «comida por paz». Hablo de aquellos que podrán hacerlo, porque no han cometido crímenes de lesa humanidad. Los criminales, victimarios de crímenes de lesa humanidad, una vez identificados y procesados en debidos procesos, con «pelos y señales» -sin lo cual la justicia sería indigna- deberán esperar para ingresar en una vida cívica normal. Muchos de los que se saben criminales trataran de olvidarlo o maquillar las pruebas eventuales. Es un proceso psicológico de autoengaño muy normal y de sesgos cognitivos. La mayoría dirá que no tienen la culpa, que la culpa la tiene el proceso de guerra. Como si los actos de unos y otros fuesen anónimos o como si fuéramos simples «fichas al servicio de una causa».
Se espera que inicien el proceso pedagógico, doloroso y duro como toda educación, de una vida cívica normal. No digamos que hasta «normal y burguesa», pero sí habrá que ver claramente lo que entiende cada individuo por «tener una vida normal». En el caso ideal se trata de una vida en convivencia pacífica, respetuosa y responsable. Hasta amorosa, con un poquito de suerte y mucha inteligencia y buena voluntad. Tal vez sea eso «lo normal»; lo más distante de lo «milagroso».
Y viene entonces a cuento la parábola del pescador bíblico: «Dale un pescado a un hombre y lo alimentarás para una Día. Enseña a un hombre a pescar, y lo alimentarás para toda la vida”. La verdadera moral del Estado republicano y providencial, es decir, socialdemócrata y con justicia social, reside mucho más en educar y formar al pueblo para que cada individuo se convierta en un «ciudadano pescador», libre y capaz de buscar por sí solo su sustento. En este primer nivel sociopolítico, ni modo de evocar la idea sublime: ser «pescador de hombres». Pero con el pasar de generaciones en el corazón y mente de cada uno, tal vez sí se llegue a tan generoso nivel de individualidad, de condición e identidad humana.
Con eso del video fariano sobre el escándalo de la «comida podrida», la guerrillerada, en su proceso de reinserción social y cívica, se hizo patente el rol del Estado providencia (sí, de ése mismo Estado al que tanto se le ha escupido a la cara, cosa que, de suyo, algunos siguen haciendo). Dicho de otra forma, que en vez de comida regalada y hasta rancia, ese Estado genere condiciones y justas posibilidades para la educación y la formación de los exguerrilleros, obteniendo así de ellos una pesca legal, siendo ésta justamente (el adverbio adquiere aquí todo su relieve significante) el fruto de un trabajo honrado y la fuente de un digno sustento. En fin, para que cesen aquellas «pescas milagrosas» –ilegales, dramáticas, terribles–, que otrora practicaba la insurrección para financiarse (en comida, en armamento y un azaroso etcétera), y para que esta práctica del pasado se convierta “apenas” en tema de historiadores.
Queda y se requiere toda una vida individual, social y natural, para combatir la violencia, el odio y la indiferencia, para entretejer, con esperanza y caridad, una PoÉticaDeCivilidad.