Bitácora FaceBook MetaBabel de un viaje a Miami, del 23 al 30 de enero de 2025
De la insostenible levedad de la futilidad
Por Nelson Vallejo-Gómez
Que nadie diga “desta agua no beberé”
Adagio popular
Voy a escribir un corto relato de mi último viaje a Estados Unidos de América, y el primero a la ciudad de Miami. Probablemente sea el único viaje que haga a esa Fenicia contemporánea, a la Miami del mercadeo y el regocijo fútil, de la inmensidad de asfalto ardiente y fría indiferencia, donde el trabajo aliena, esclaviza e idiotiza, porque el salario ilegal está marcado por un American Dream usurpado y traicionado.
Miami, en donde muchos se creen llamados y pocos son realmente elegidos.
Miami, en donde la dignidad del protestantismo se ha vuelto la hipocresía del negocio evangelista.
Miami, en donde los neo ricos son sepulcros blanqueados, ex inmigrantes con papeles, víctimas de haber sido sometidos al trabajo clandestino y tiránico para sobrevivir; en donde los neo ricos asumen enseguida el papel de victimarios, tiranos y esclavizadores de los inmigrantes recién llegados; siendo éstos sus propios compatriotas en la mayoría de los casos, pues la corrupción y el abuso se ejercen con mayor sutileza cuando se aprovecha de vericuetos afectivos y silencios obligados en familia, tribu y comunidad; razón por la cual, urge combatir, mediante PoÉticaDeCivilidad, la corrupción, la indignidad y la indiferencia.
Miami, puerto de partida y llegada de los cruceros más grandes del mundo, monstruosos “VIP de mares”, edificios marítimos con cabinas minúsculas en ganga por días o semanas, máquinas de contaminación de mares, donde el único interés parece consistir en gozar de bacanales baratas y políticamente correctas.
Fuera de lo afectivo y lo familiar, no creo que Miami me inspire querer volver, así sea ella la ciudad del contrapunteo histórico entre capitalismo y comunismo, del multiculturalismo esquivo y el mestizaje sin conciencia compleja de la criollización que representa; así sea, Miami, la fascinante y cautivadora Fenicia contemporánea, a portas del archipiélago de mi amado Caribe antillano y glissantiano; así se erija, cara a cara, entre La Habana colectivista, desgraciada y utopista, y la expresión pícara, indiferente e individualista del capitalismo de las cosas y la cosificación de las relaciones humanas.
Miami, contrapunteo en la Calle 8, entre los héroes de los unos y los héroes de los otros; memoria histórica de lo acontecido en la Bahía de Cochinos con los Brigadistas pro USA, entrenados con desgano por la C.I.A., y la flota de pescadores de Playa Girón pro Revolución. El combate naval y artesanal, que tuvo lugar el 17 de abril de 1961, marcó el no retorno a Cuba de los exiliados cubanos en Miami y la Florida, los que siguen creyendo que ya “nunca se podrán morir” en Miami, porque “ahí no tienen su corazón”, porque cuando salieron de Cuba dejaron en la isla, “enterrado su corazón”.
Ese pobre combate también mostró la confirmación del sueño de una libertad ilusionada. Pocos intuirían, en aquel entonces, que la propuesta revolucionaria y paradigmática del “novo homo castrista” sería usurpada y traicionada por una ideología desprovista, a término, de otra realidad que la del dolor, la miseria y la tristeza.
Mar de Miami y de Cuba, en donde se pulseó la famosa crisis de misiles nucleares, durante el periodo de la llamada “Guerra Fría”, en la segunda mitad del siglo XX, entre el régimen liberal y capitalista de Kennedy y el social-comunista de Jrushchov.
Calles, bares, restaurantes y hoteles de la isla artificial, Miami Beach, donde la “cultura traqueta”, a la Pablo Escobar, buscó, durante los años 1980, aliarse con la economía subterránea que sostiene el capitalismo estadounidense financiero, decadente y transgresor.

Con todo, la triada que al frente de Miami, La Habana reivindica, para justificar la fase negra de toda revolución: Salud, Educación y Seguridad para todos, no vale nada, si no se tiene el derecho a vivir en cada persona una triada de libertad íntima, privada y pública, una PoÉticaDeCivilidad, porque la libertad está más que empeñada y enajenada en créditos e irresistiblemente se pierde, porque el sistema te sumerge en el consumismo. Ninguna razón revolucionaria logra justificar que, dotados de Orden de registro caduca e injusta, “un especialista en intersticios” y un supuesto “crítico literario con rango de cabo interino” ausculten “a punta de pistola los lomos de los libros de poesía” (Raúl Rivero). Ninguna razón colectivista y dizque progresista puede justificar que se rompa, a golpes de matraca y delaciones, el hilo frágil y sutil que une, en esa triada libertaria, la poética de civilidad.
Recuerdos de otros viajes a Estados Unidos
No tenía pensado viajar a Miami, pero un día, conversando por teléfono con mi hermana, ella me contaba del desagrado que sintió, siendo de nacionalidad colombiana, al sufrir una vez más los vericuetos, el costo y el juego al azar -¿por qué ella sí, o por qué ella, no?- para obtener el supuesto ¡ábrete, sésamo! de una visa de turismo, autorizándole la entrada por unos días a los Estados Unidos de América.
-¿Y por qué aceptaste ese calvario administrativo?, le pregunté.
-Porque estoy rodeada de personas que consideran como algo exclusivo tener la visa estadounidense, y poder visitar, por lo menos una vez en la vida, el paraíso o el infierno de esa Divina Comedia que llaman: imperio americano; en otras palabras, lo hago para “chulear ese ítem sociocultural”.
-¿Pero habrá otra razón?, inquirí.
-Así es; nuestro hermano me ha insistido en que vaya a visitarlo a Miami, en donde se ha instalado y “sacado los papeles” de residencia, gracias a sus hijos, que viven, trabajan y tienen ya la nacionalidad estadounidense. Además, su esposa quiere organizar una fiesta sorpresa, para celebrarle el sexagésimo aniversario; entonces iré por unos días, a partir del próximo 23 de enero. Y tú, me preguntó: ¿ya has viajado a los USA?
Mientras contaba, en pocas palabras, mi experiencia estadounidense, pensé en llamar a Miami a la esposa de nuestro hermano y preguntarle si tenía en su casa en donde alojarme, para unirme a la fiesta sorpresa. -“Qué alegría, tenerte con nosotros. ¡Ven! Ya nos las arreglaremos”, me contestó.
No sé si le conté a mi hermana lo que recordaba de mis últimos viajes a Estados Unidos, entre 1995 y 2022, en particular tres estadías en Nueva York, una en Washington, otra en Nueva Orleans y Bâton-Rouge, o si le conté lo que imaginaba que recordaba de aquella experiencia; viajes que hice, con la facilidad que da tener un pasaporte de ciudadanía francesa, pasaporte que me fue acordado por alianza matrimonial, a finales del siglo pasado.
La primera vez que viajé a los Estados Unidos fue en abril de 1995, cuando un amigo de los años de estudios universitarios en la Sorbonne se encontraba de profesor de filosofía en el liceo franco-americano de Nueva York. Fue una impresión entre sublime y horrible, recorrer las calles de esa ciudad, emblema de la Modernidad, en donde los rascacielos son un desafío a la insostenible levedad de la pesadez y a la pretensión de probar, con hierro, acero y cemento, la posible existencia de la superioridad humana frente a la inmensidad del firmamento; en donde los rascacielos parecían como torres de Babel en manzanas cuadradas, que dejaban pedazos de cielo roto, desprovisto de estrellas en las noches, pues las luces en Manhattan son tantas que encandilan. El movimiento del progreso bárbaro nunca cesa, los carros no paran de ir y venir por calles y avenidas, los mercados nunca cierran. Era la primera vez en mi vida que yo veía que se podía comprar cosas a cualquier hora del día y de la noche, como si uno estuviera viviendo en un supermercado laberíntico, como si el espacio público fuera únicamente un mercado incesante, como si no existieran horarios reglamentados de trabajo, ni ritos para tener una vida familiar y normal, como si el domingo no fuera un día de descanso sagrado. Además, no era raro constatar que, las personas que trabajaban en horarios insensatos fueran en su mayoría de origen hispánico, afrodescendientes, en fin, inmigrantes y muchos de ellos, indocumentados.
Recuerdo que lo primero que me impresionó, al entrar por primera vez en el aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York, fue constatar que los empleados de limpieza y seguridad eran mestizos y negros, los “neo esclavos” del imperio estadounidense, pensé para mis adentros. Tal vez, por eso, en el caso de los aduaneros negros, fueran éstos tan repelentes con los que no tenemos pinta aria.
Recuerdo también, haber visitado el famoso ChinaTown, impresionado por los cientos de vendedores callejeros que proponían copias, Made in China, de todos los objetos de lujo americanos o europeos: así fue como, por un puñado de dólares, compré la imitación de un reloj Cartier, para llevarlo de regalo a mi esposa. Ese mismo día, le dije por teléfono que había cometido un adefesio, caminando por la Quinta Avenida, pues había entrado a la joyería Cartier y me había gastado el salario de un mes, comprándole una joya. Ella se río y me dijo, entre incrédula y jocosa, que tuviera más cuidado, pues aún me quedaban siete días en NY; que no me fuera a contagiar del gasto sin control e irracional tan característico de las sociedades capitalistas como la de EEUU: donde se despilfarra el dinero que no se tiene, y se cae en la trampa del crédito que esclaviza, para vivir en un mundo de ilusiones, espejismos y consumismo.
De regreso a Paris, aquella vez, cuidando que no me fueran a decomisar el falso Cartier, reflexionaba en la diferencia cultural y conceptual que representa para un chino y un occidental, las nociones de copia, falsificación y originalidad. Para un chino, copiar e imitar son un desafío que pone de manifiesto la identidad propia de la condición china, la mentalidad de integrar la diferencia y sobrepasarla, a toda costa, volver chino lo no chino; así como para Picasso, copiar un Velázquez o un Rubens, a su manera, era generar copias desde la creación propia, era convertirse, a través de lo ajeno, en la propiedad misma de volver todo lo que tocaba y transformaba, un Picasso; razón por la cual, cuentan que Diego Rivera no invitaba nunca a Picasso a su taller en Paris. ¿Y por qué?, le preguntaban sus amigos pintores. Porque es mejor invitar a un ladrón y no a un genio, decía Rivera: el ladrón roba, y siempre se sabe qué robó; el genio roba y nunca se sabe lo que robó, pues lo vuelve genial, lo transmuta, se lo apropia. Con el paso del siglo XX y comienzos del siglo XXI, la concepción de la sociedad china, como fábrica planetaria de la copia y la imitación, ha hecho que, de un juguete a un avión o a un tren de gran velocidad, todos los objetos de mercancía mundial se hayan convertido en made in china. Ahora, lo constaté en los supermercados de Miami, es raro el objeto de consumo y de futilidad que no esté fabricado en China o en un país asiático. Claro que ya, no es necesario viajar a Miami y gastar en sus supermercados, pues basta con entrar en la plataforma digital china Alibaba, y comprar todo lo que se quiera, made in china, a precio más barato. Bueno, pero valga la foto en las playas de Miami, y poder decir: “vengo de Miami”, eso requiere todavía aceptar pagar el costo de la autorización para ingresar en territorio estadounidense. Las idiosincrasias culturales no tienen precio.
Otra impresión inolvidable de mi primer viaje a Estados Unidos, a Nueva York, fue haber subido hasta el último piso de una de las tristemente famosas Torres Gemelas, con lo cual, me pareció superfluo subir al último piso del Empire State Building, así mi imaginario estuviera ocupado, desde mi infancia colombiana, durante los años 1960, con este edificio, imagen del entonces más alto rascacielos del mundo, símbolo del poderío yanqui.
Otro recuerdo inolvidable de mi primer viaje a Nueva York fue haber descubierto, una tarde de hastío en que esperaba que mi amigo regresara del colegio francés, un ejemplar de un escritor hasta entonces desconocido para mí, se trataba del libro Portnoy’s Complaint de Philip Roth (1933-2018). La manera intimidatoria y audaz de describir los fantasmas eróticos del joven Alexander Portnoy, en particular lo referente a la masturbación, gesto que en mi adolescencia era considerado como un pecado y, hasta, como un peligro para la buena salud, me fascinó. Los impulsos de un cuerpo vigoroso, el deseo desaforado, los conflictos éticos crean situaciones donde la fuerza sexual se pervierte. Al regreso a Paris, como yo trabajaba entonces en la Reunión de los Museos Nacionales de Francia, dedicado a la librería del museo del Louvre, y tenía descuento de librero, me compré las traducciones disponibles en francés de las novelas de Roth. Durante todo el año siguiente, me convertí en un lector atento de la vida de la comunidad judía y sus dramas de integración en el Nueva York de la primera mitad del siglo pasado, cargando con la dramática esperanza de un Estado de Israel, que se convertiría poco a poco, por los males de la guerra y la venganza, en un verdugo despiadado del pueblo palestino.
Fue durante mi segunda y tercera estadías en Nueva York, en abril del 2004 y junio de 2022, viendo la terrible herida que dejó la implosión de las Torres Gemelas en el corazón de Manhattan, con lo cual se inició el siglo XXI, siglo de la política mundial del miedo y el terror, que entonces pude apreciar toda la majestuosidad Art Deco del Empire State Building, y, en particular, en las puertas giratorias que conducen al vestíbulo, el bronce y los grabados con representaciones iconográficas que son guiños a los tres oficios utilizados para construir el edificio: la electricidad, la calefacción y la albañilería. No olvido, en el techo del vestíbulo, la imitación de un firmamento con estrellas, rayos dorados y engranajes, a manera de homenaje al siglo de la industrialización o “siglo de hierro planetario”, como llama Edgar Morin al siglo XX. En Nueva York, pensé, el cielo estrellado ya no es la inmensidad que hacía creer a Kant, en el siglo XVIII, Siglo de la Ilustración, en la posibilidad de una moral universal, sino la copia privatizada al interior de un rascacielos.
Mi segunda visita a Nueva York fue con motivo de la participación en una Conferencia de la Academia de la Latinidad sobre el estudio de la emergencia de corrientes de extrema derecha, que estaban fagocitando entonces el Partido Republicano, y que llevarían al poder, años después, por dos ocasiones, a un personaje iliberal, populista y transgresivo, Donald Trump. Se trataba de la Décima Conferencia internacional de l’Académie de la Latinité, titulada Hegemony and Multiculturalism (del 6 al 8 de octubre 2004). Fue un gran honor debatir, en aquel entonces, con grandes filósofos como Gianni Vattimo, Susan Buck-Morss, Jean Baudrillard, Samuel Huntington, Alain Touraine, Walter Mignolo, entre otros. Mi comunicación tuvo por título: The Guest for the other in a Time of Hegemony. Huelga saludar aquí, una vez más, la memoria del fundador de la Academia de la Latinidad, el intelectual, universitario y visionario brasilero, Candido Mendes de Almeida, quien supiera leer en las fracturas de la sociedad estadunidense, desde finales del siglo pasado y comienzos del presente, el resurgimiento iliberal del movimiento Tea Party (de Boston), base sociopolítica del Make America Great Again trumpista. Recuerdo además que, al terminar la conferencia, caminé durante cinco kilómetros, en busca de unos tenis Nike último modelo, para llevarle de regalo a mi hija. Ella me había dado una foto de los que quería y había visto en Paris, aunque encontré en Nueva York unos que todavía no estaban en el mercado francés y pensé que le gustaría tener la novedad. Cuando abrió la caja, miró el estilo de tenis que no le correspondía, cerró la caja y la puso en la parte alta de su armario; nunca más la volvió a abrir.
Mi tercera estadía en Nueva York fue en junio de 2022, con motivo de un regalo de viaje por el vigésimo cumpleaños de mi hijo, que habíamos planeado para mayo de 2020, pero la crisis planetaria de la Covid 19 nos impidió viajar. El proyecto era volar por primera vez, de Paris a Los Ángeles, en un Airbus380, antes de que se terminara el fiasco industrial y comercial que representó para la economía de la Unión Europea la producción de un monstruo volador semejante. Terminamos viajando a Nueva York, en un B777-200, visitando luego en Nueva Jersey a mi sobrina, conociendo a su esposo y a su hermoso bebé recién nacido; luego, visitamos a una gran amiga de infancia de mi madre, en Washington. Guardo de esas dos visitas recuerdos de hospitalidad, de generosidad y de inmenso cariño. Fuimos en tren de Nueva York a la capital federal, atravesando lugares históricos, marcados por la guerra civil y la creación de los Estados Unidos de América. Fue un viaje muy bello y emocionante. En otro relato contaré con más detalles los recuerdos de mi corazón.
Otro de mis viajes a los Estados Unidos fue en mayo de 2003, con motivo de la participación en una comisión oficial del ministerio de Educación Nacional de Francia, en el marco de los acuerdos de cooperación con la Secretaría de Educación del Estado de Luisiana. Para la época, yo estaba de jefe de la oficina Américas de cooperación de los ministerios de Educación y Ciencia de Francia; por lo que me tocó organizar la firma de los nuevos acuerdos de cooperación educativa y lingüística con la Luisiana. Hubo encuentros institucionales, que marcaron el reconocimiento de una solidad amistad y profunda colaboración entre el ministerio de Educación de Francia y la Secretaría de Educación del Estado de Luisiana, facilitando el préstamo de profesores franceses para sus escuelas, en particular en Bâton-Rouge y La Nueva Orléans, buscando mantener así un buen nivel de enseñanza en lengua francesa, recordando que esa región fue, en un pasado lejano, dominio galo, antes de que Napoleón Bonaparte, influenciado por su canciller Telleyrand-Périgord, se viera obligado, estratégicamente, a vendérsela a la joven república federal estadunidense.
Hubo en el paisaje centelleos de memoria histórica en donde traté de ver y sentir lo que esas orillas del majestuoso Misisipi tienen que ver con dramaturgos y poetas, como Faulkner, Tennesse Williams y, más a finales del siglo pasado, con el franco-antillano, Edouard Glissant, quien fuera director de la cátedra de literatura francesa en la Universidad del Estado de Luisiana. Haber podido visitar esa universidad durante mi primer y único viaje a Luisiana, pensando en el poeta-pensador de los filosofemas: “Relación”, “Todo-Mundo”, “Criollización”, oyendo dentro de mí la anamnesis de cada uno de los negros e indios que fueron carne de cañón en la Guerra de Secesión, fue una experiencia inolvidable, marcada por el calor y la humedad inhumanas de aquella región, y el despiadado y brutal sistema de aire acondicionado, que hace pasar de un horno a un congelador, cada que uno sale y entra en un edificio de la ciudad.
Hubo un memorable atardecer para contemplar el rojizo declinante del sol en la inmensidad de las aguas del gran Misisipi, pensando en la amorosa platónica de Samuel Langhorne Clemens (Mark Twain), vi como en imágenes de un sueño navegar rio arriba al Pennsylvania, barco de vapor piloteado por Mark, y a su lado, la jovencita Laura Wright. Único encuentro entre ellos dos, como Dante solo viera una sola vez a Beatriz, y con eso le bastara para escribir la Divina Comedia, un pretexto para volver a ver a Beatriz, tanto como lo quisiera, así Mark Twain pasara su vida a escribir frases en filigrana, describiendo un solo encuentro de mil maneras, gestos, vestidos y situaciones: el encuentro fundador con Laura, su enamorada platónica. Frases escritas en el misterioso lenguaje de la interpretación de los sueños, que cuenta la unidad en la diversidad de todos los personajes que nos habitan, y que en estado de vigilia, se esconden en nuestra identidad social y jurídica.
Tampoco olvido, una noche en el barrio francés de New-Orléans, escuchando en un bar fuera de tiempo, un magnífico trio de jazz, que me recordó las profundas raíces que tienen la salsa, el son cubano y el jazz, como un “diente de oro que cuando ríe se ve, brillando” (Pedro Navaja).
Impresiones de un primer y último viaje a Miami
Anoto, volviendo al motivo de este relato, que mi primer viaje a la famosa Miami y sus alrededores, aconteció tres días después de la posesión a la segunda era del gobierno iliberal y absolutista de Donald Trump. Varios amigos, en Francia y en América Latina, me preguntaron por lo que vi, lo que sentí, lo que pensé, y, sobre todo, por el “ambiente político” que percibí.
Si hacia lo que prometía, debo decir, de entrada, que la política no parece ser el tema cotidiano de la gente, en Miami; sólo importa el dinero, los negocios y el comercio, el precio de la gasolina y la fiscalización que se pueda evadir. Aunque había todavía en el aire algo que impresionaba a los jóvenes inocentes de la minoría latina, admirativos porque dizque Trump sí, hacía lo que prometía: la puesta en escena de la firma de los primeros decretos presidenciales, firmados en vivo y en directo desde la Casa Blanca, en la tarde de su posesión presidencial (20 de enero 2025), rodeado de los nuevos oligarcas que atestan la dinámica del nuevo poder iliberal, en clave usurpadora y transgresiva de conflicto de intereses, de Shock and Awe y desafío al tradicional Chechs and Balance de la política estadunidense.
Miami es como una Fenicia contemporánea ad portas del Mar Caribe. Se especula sobre el dinero que se tiene o se debería tener; se respira dinero, se siente que, por doquier, el dinero es lo único que importa. Las conversaciones son entorno al dinero, en función del costo de la vida, la vivienda y la comida. El dinero es una obsesión enfermiza, una especie de abstracción delirante, porque, en realidad, el precio de las cosas no tiene por referencia lo debido, ni lo justo, ni lo legal. El imaginario y la inflación forman y deforman el valor de las cosas, en las que se incluye hasta lo que no tiene precio. Siempre se busca la ganga, sin saber el origen del producto y menos si hubo una carta deontológica de producción que evite el envenenamiento del medio ambiente, el contrabando y el trabajo clandestino de niños e indocumentados.
Yo pensaba que Nueva York, con su “Toro de Oro” en pleno centro financiero, era la capital de una especie de Sodoma y Gomorra contemporáneas, donde la avaricia y el dinero reinan; pero Miami parece sobrepasarla. Todo es vulgarmente costoso, por ende, nunca se tiene el dinero suficiente para vivir de una manera que no sea a crédito. Miami parece ser la figura expresiva de la insostenible levedad de la futilidad, de la apariencia, del materialismo y de la cosificación de las relaciones humanas.
Sobre el “ambiente trumpista” de la ciudad, amén de haber sido ella, Miami, e incluso todo el estado de la Florida, donde Trump obtuvo la mayoría de votos para su segunda presidencia de los Estados Unidos, encuentro indicios de respuesta en la famosa playa de los multimillonarios, Miami Beach, en donde ciertos autos simbolizan la futilidad del lujo y las apariencias, el imaginario de juguetes para niños ricos, malcriados y transgresores. La playa kilométrica y artificial expone a la vista la silicona de cuerpos deformados por la pretensión y la vulgaridad, el olor a crema solar de pieles doradas por un sol picante e insoportable. Puedo identificar los contrastes, pues fui dos veces a esa playa, donde también se puede apreciar bellas mansiones de estilo Art Déco, y la segunda en dos buses, durante casi dos horas, que tenían un sistema de aire acondicionada terriblemente enfermizo. Valga anotar que el consumo de aire acondicionado, en forma individual y colectiva, representa en Miami una afrenta cotidiana contra cualesquier conciencia de proteger el ambiente de la destrucción industrial humana.

Foto NVG ©
En mi lejana infancia colombiana, por los años 1960 y comienzos de los 70s, desde la Medellín que se iniciaba a su era marimbera y luego cocainera, Miami era el símbolo del supermercado universal, en donde se podían comprar todos los juguetes imaginables e inimaginables, las ropas y zapatillas de última moda, allí donde la élite, es decir, lo mejor y lo peor de la sociedad medellinense, se iba de vacaciones o de negocios, legales o ilegales, con familia de casa grande o case chica.
Durante mi adolescencia, Miami representaba la ciudad del dinero fácil, de la futilidad y de las apariencias que gobiernan y tiranizan las pasiones tristes, bajo un cielo azul inmarcesible y un sol implacable, punto de referencia de los riquitos del Tercer Mundo. Lucir una camiseta comprada en Miami y fumarse al mismo tiempo un porro, eso era como frotar la Lámpara de Aladino.
Desde mi juventud parisina, a partir de los años 1980, Miami era la encarnación fenicio-púnica del comercio contemporáneo, ad portas del arco caribeño, la insolencia del individualismo capitalista frente a La Habana comunista y utopista.
Ahora que un cuarto del siglo XXI ha transcurrido, que yo entro en la edad de una adultez mayor, que la humanidad vive una crisis revolucionaria en clave digital, ecológica y cognitiva, me pregunto lo que significa para la civilización la experiencia de vida y de pensamiento de lo que es Miami, frente a La Habana, de lo que representan una y otra.
¿Qué sentido podrá tener vivir en un lugar en donde automóviles, en particular enormes y estrambóticas camionetas, van y vienen, noche y día, sin parar, haciendo del ambiente un impresionante teatro de avenidas enormes y cruces de varios pisos de autopistas gigantes, que dan la impresión de vivir únicamente entre motores y cemento, un infierno de asfalto ardiente, de individualidad encerrada y de fría indiferencia?


Vi en la Miami del 2025, parques y lagos por doquier, con carritos de supermercado abandonados en las alamedas y pedacitos de plástico sembrados en las orillas de los lagos, donde patos, gansos y gaviotas se disputan el detritus con gallitos y gallinitas. Desde la pandemia de la COVID 19, a mediados del año de desgracia 2020 -me contó una joven del Downtown en Miami- aparecieron por parques, calles y parqueaderos averíos de gallinas y sus gallos respectivos, sin que, desde entonces, nadie los cace. Curioso ver como se han vuelto, gallos y gallinas, entre salvajes y familiares, a la manera de los miles de gatos callejeros que uno ve en los parques de Atenas o de Roma, o en el parque Kennedy del Miraflores limeño. Me pregunté: ¿a dónde diablos pondrán los huevos, si ponían, y quién los recogerá? Reconozco que no logré encontrar respuesta a esa pregunta tan económica y que, tratándose de Miami, no tenga la eventual elegancia de una sobre el costo de la prueba metafísica de la existencia de Dios. Cuando uno recuerda que el “florero de Llorente” o razón del inicio del conflicto interno armado en Colombia, por parte de las FARC (1964), tuvo por motivo el “robo de unas gallinas”, según decía el jefe de esa guerrilla disuelta, Tirofijo, entonces ver cómo las gallinas viven libres en la Florida, como si todo Miami no fuera más que un inmenso gallinero, vuelve pertinente plantear la pregunta sobre el valor de las simples cosas y la libertad de comercio.


Visité la famosa calle 8 en el Little Havana. Es un lugar que vive de hordas turísticas, vendiendo la memoria histórica del exilio en cigarrerías de medio y alto lujo, cervezas y sándwiches cubanos, entre bares que se disputan el estereotipo turístico de la nostalgia brigadista. En mitad de la calle 8, se levanta un monumento de la llama al soldado desconocido y conocido, en memoria de los exiliados de la revolución castrista, en particular los 1300 combatientes de la Brigada denominada 2506, que trataron de desembarcar sin éxito en la Bahía de Cochinos, un nostálgico 17 de abril de 1961. Los había recibido a palos una armada improvisada de pescadores pro Fidel Castro, que hizo memorable la batalla de Playa Girón, como si hubiera sido una reproducción en miniatura de la Batalla de Salamina. ¿Quiénes eran, en el caso cubano y estadunidense, los persas de la tiranía y los ateneos de la democracia? La Historia no ha resuelto esa pregunta. Caminado por las calles del Little Havana, se me iba volviendo pegajoso el son cubano, mientras recordaba que, para mí, es el bolero y la trova lo que más nostalgia y entusiasmo afectivo me despierta. El genial poeta cantautor, Silvio Rodríguez, inmortalizó Playa Girón, en anamnesis, dejando que la generación de poetas digan quiénes son los héroes y quienes los renegados. Con todo, en diciembre de 1962, después de negociaciones y concesiones, en plena Guerra Fría entre el Este y el Oeste, los rehenes brigadistas fueron deportados de Cuba y devueltos a Miami. Varias generaciones de cubanos, nacionalizados estadounidenses, han nacido en Miami y la Florida, entre ellos, un tal Rubio, quien se ha convertido en el primer latino Canciller del Gobierno Trump. Un sentimiento de odio rancio, de vieja venganza y de revancha agria se respira todavía por ciertas esquinas oscuras y tristes de la Little Havana.
Me quedan de la revolución cubana varias lecciones e interrogantes en el tintero. Por ejemplo, en cuanto a la lección histórica sobre el poder, el gobierno autocrático del castrismo mostró que si el poder no tiene contrapoderes, independientes y transparentes, unos de otros, no existe equilibrio de poderes ni control de la violencia de partido ni veeduría posible sobre conflicto de intereses, es decir, el poder se personaliza, se subjetiva y se absolutiza. Se trata de una lección similar a la que, mutatis mutandis, aportan la Revolución francesa (con sus regímenes negro y blanco del terror, con su Robespierre que idolatraba el poder del pueblo como justificación última de la guillotina) y la Revolución de Octubre y su régimen del terror estaliniano. En suma, se trata de una lección para quien se interesa en el debido proceso de gobernabilidad y de buen gobierno en todo régimen que pretenda gobernar con el pueblo, por el pueblo y para el pueblo, es decir, para cualesquier régimen político que se reclame de la demo(s)cracia.
Me pregunto, caminando al atardecer por esa Little Havana de pacotilla, si, en la canción de Silvio Rodríguez, Pequeña serenata diurna (del disco Días y flores, grabado en La Habana en 1975), la libertad a la que el poeta hace referencia es real o imaginaria; si se trata de libertad deberás para todos o para los del círculo caucasiano del poder; si ese tipo de libertad revolucionaria justifica perdonar a quien dice: “Soy feliz, soy un hombre feliz y quiero que me perdonen, por este día, todos los muertos de mi felicidad”. Es altamente probable que existan muertos cuyo asesinato sea imperdonable e inolvidable, que su anamnesis sea insoportable. Yo no quisiera que mi felicidad fuera el resultado de quienes dieron su vida por ella, sin saber si esa felicidad hace o no parte de una usurpación, de una utopía, de una servidumbre voluntaria o de un infierno dantesco. Está bien que no sea digno vivir entre egoísmos, cinismo y cobardía; sin embargo, desde la decadencia y las ilusiones perdidas de la Little Havana, pienso en el legado de la revolución cubana, pienso en si es todavía posible darle a Cuba y a la Revolución una canción, haciendo al mismo tiempo “un discurso sobre mi derecho a hablar”.


Dejo también constancia, en esta bitácora, de que una de las cosas que más me gustaron de Miami, a parte la fiesta bella y generosa que la esposa y los hijos de mi hermano organizaron en su casa de la Avenida Fontainbleau, aparte de las salidas a caminar y a conversar por los parques y los lagos, cada mañana a primera hora, fue el museo de la University of Miami. Posee dos óleos sobre lienzo de El Greco y un Martini maravilloso. En una sociedad donde pareciera que solo el dinero marca el valor de las cosas, el estatus de la gente, el objetivo de levantarse cada mañana, me encontré, a mano derecha, después del hall de entrada, con HOPE convertido en obra de arte y pieza museográfica (un montaje de miniaturas que terminaban siendo el retrato del Presidente Obama, Premio Nobel de Paz).



Tal vez, a la retaguardia de lo estético, la Esperanza sea protegida y recupere prontamente su valor ético y político, subrayando lo que la obispa episcopal de Washington, Mariann Edgar Budde, le dijo al Presidente Trump, cara a cara, en la ceremonia de posesión de su segundo mandato, el 20 de enero de 2025, recordándole el Himno a la Caridad en la 1ra Carta de San Pablo a los Corintios, hace casi ya veintiún siglos: «poder y dinero, sin caridad, no son nada». Entonces, quien tenga oídos para oír, que oiga, y quien tenga ojos para ver, que vea, porque no sólo de pan vive un ser humano, aunque algunos crean, y tal vez más en lugares como la Miami trumpista, que sólo se vive por el comercio y el precio de las cosas, o porque se crea que todo se compra y se vende, hasta la memoria histórica, la justicia y la dignidad. Y cuando el dinero no puede comprar lo que ni se compra ni se vende, ahí está el absolutismo del poder iliberal de Trump, que absuelve hasta la ignominia. Tal vez, por eso, las miradas en las calles sean frías y distantes, marcadas por el individualismo, la indiferencia y la soledad. Tal vez, por eso y, por el miedo haya en grandes supermercados espacios para comprar libremente armas, y balas de todos los tamaños y potencias; generando una histeria interior de poderío miserable y triste; azuzando la arqueología del cazador salvaje e inclemente en cada habitante, que por falta de espíritu de Civilidad, se cree desamparado por el Estado. Tal vez, por eso, la alerta más seria sobre lo que se teme del trumpismo fue la que tuve con mi sobrina, que vive y trabaja en Estados Unidos, cuya alianza matrimonial con una familia emigrante de un país de la ex Unión Soviética hace que se conserve el legado de la memoria histórica, del humanismo y de la dignidad, en quienes sufrieron los horrores y los desastres de guerras civiles provocadas por el fascismo. Esperemos que el Himno a la Caridad sea un escudo contra la violencia, la corrupción y la indiferencia, una PoÉticaDeCivilidad.
Nota bene: Dejo, en esta Bitácora FaceBook MetaBabel, un testimonio de reconocimiento y de agradecimiento de todo corazón para Doris Jaramillo Alzate, quien imaginó y organizó una fiesta familiar y suntuosa, con motivo del cumpleaños de su esposo y mi hermano, David Vallejo, gracias a la cual, yo me animé a viajar por primera vez a Miami, esa Fenicia contemporánea. Fui recibido con hospitalidad, cariño y generosidad en la casa que David y Doris alquilan por el bulevar Fontainebleau, cuya terraza da en la dirección del poniente, frente a un lago que cambia de colores, al amanecer y al anochecer, animado por patos, tortugas y gaviotas, generando una quietud y una belleza tan acogedoras, que allí fue donde se festejó con alegría, gracias a la presencia de los hijos, los primos y los hermanos, y alrededor de una paella gigante. Vaya un abrazo fraterno para Doris y David, para Santiago Vallejo, Sara Kallashi, Sara Lopera Jonathan Montoya Vallejo, Mercedes Vallejo Gómez, Juan José Vallejo.