Por Pablo María Delmar
Bitacora MetaBabel del 31 de mayo de 2016
El origen de la expresión (y todas sus variantes) la encontramos en una antiquísima fábula surgida de la mitología romana (los griegos y nórdicos tenían su equivalente) en la que se explica que la vida de cualquier humano es una geometría controlada desde Alfa hasta Omega, de su principio y hasta su fin, por tres hermanas hilanderas que eran conocidas como ‘las Parcas’ (Moiras para los griegos y Nornas para los escandinavos).
Cada una de las Parcas, cuyos nombres eran Nona, Décima y Morta (Cloto, Láquesis y Átropos -griegas- Urðr, Verðandi y Skuld -nórdicas-) tenía una misión encomendada: hilar el hilo (valga la redundancia) en el que se determinaría el cuándo nacería, cómo sería el transcurso de la vida y cuál sería el momento de la muerte de cada persona. Dependiendo de lo feliz o desdichada que sería la vida de cada individuo lo hilaban de color blanco o negro, colores asociados a la buena y mala suerte respectivamente.
Nona era la que hacía girar la rueca, Décima medía la longitud de lo que debía durar la vida y Morta quien cortaba en el momento en que debía acabar.
Era por ello que la vida de cada uno de los mortales «pendía de un hilo» y eran esas divinidades quienes controlaban el destino de cada uno. Según la propia leyenda, los mismísimos Dioses las temían y estaban sujetos a los designios y caprichos de las Parcas.
Digo a quien dice que su «vida pende de un hilo»: Ten siempre muy presente que si nuestra vida pende de un hilo, lo fuerte no es el hilo, sino la vida misma. Cuando tenemos conciencia de tan maravilloso misterio, en carne y alma, el miedo se vuelve urdimbre más, pende siempre el hilo y nunca rompe.
Ad Augusta Per Angusta.