Por Nelson Vallejo-Gómez
Conferencia presentada el jueves 4 de junio de 2009, en la Universidad de Caldas, dentro del ciclo “Memoria, Espacio y Sociedad”, organizado por la Dra. Beatriz Nates Cruz.
Estoy contra el terror que transforma el hombre en cosa”
Maurice Merleau-Ponty
Humanismo y terror son dos palabras que si las pensamos juntas producen asombro y hasta escalofrío. Percibimos que son contradictorias en sí y que, al juntarlas, algo del ideal humanista se corrompe, peor aún, que algo del terror se justifica. Pero también, que dicho ideal, transformado en paradigma ideológico puede convertirse en fuente de terror, en mentalidad de ideología del miedo y en encadenamiento de violencia. Haré de ellas, pensadas sentido a sentido, el hilo conductor de la conferencia que hoy, jueves 4 de junio de 2009, pronuncio en la Universidad de Caldas, dentro del ciclo “Memoria, Espacio y Sociedad” que organiza la Dra. Beatriz Nates Cruz.
Los eruditos del tema saben que “Humanismo y Terror” es ante todo el título de un libro publicado en París, en 1947, por Maurice Merleau-Ponty. Este gran filósofo y fenomenólogo analiza en dicho libro el malestar ideológico o decadencia en que se encontraba la izquierda francesa y su inspiración revolucionaria de corte marxista-comunista, al salir de la Segunda Guerra Mundial.
El mundo occidental estaba entonces polarizado en una contienda de equilibrio del terror atómico denominada “guerra fría”. La caída del muro de Berlín cambió el tablero político mundial. Las “guerras del golfo” estadunidenses, en busca del control de yacimientos de petróleo, y la respuesta del terror puntual e inesperado de los extremistas islamistas en busca del control de la religión como fundamento moral, filosófico y político de la sociedad, instalaron el contrapunteo planetario de la ideología del terror globalizado.
Y sin embargo, la misión revolucionaria del proletariado -la toma de poder del pueblo, por el pueblo y para el pueblo- que los comités soviéticos alboreaban hasta finales de los años 1950, era un proyecto cuestionado ya en sus propios fundamentos teóricos. Así mismo, los horrores de la guerra y la confusión de ideologías que conlleva la guerra misma, fragiliza la justificación tradicional de la violencia y del terror como simples efectos colaterales de la revolución, concebida ésta como trascendencia de corte humanísitico.
Percibimos aquí una interpretación pervertida, algo que manipula y que tiene su origen en la interpretación con fines programáticos y materialistas –en realidad ideológicos- que el marxismo hace de la tesis de Marx según la cual la misión del hombre en la tierra es la de “transformar la realidad”. No se ha indagado suficientemente sobre la trama cartesiano-moderna de la tesis marxista, es decir, en el proyecto cartesiano-mecanicista que buscaba, apoyándose en las matemáticas, en las ciencias naturales y en la razón, “hacer del hombre como amo y soberano de la naturaleza”. Aparece hoy evidente que hay en tal proyecto un sometimiento destructor de nuestro entorno natural y poco a poco de nosotros mismos. La realidad es que el hombre contribuye, consciente e inconscientemente a todo cambio o evolución en la realidad, pero a su vez, hay en lo real una trascendencia que, sin ser necesariamente entendida como “destinación” o “predestinación”, se resiste a todo cambio radical o posición radicalmente revolucionaria. Todos percibimos en lo cotidiano y hasta en lo extraordinario, que la realidad que nos rodea conlleva algo irreductible, algo más que diferencia cuantitativa, respecto a lo ideal, y que el ser se encuentra ahí en relación dialéctica y dialógica.
Hay otro dato histórico que interpela a Merleau-Ponty en su libro “Humanismo y Terror”. Se trata de los llamados “procesos de Moscú”. En los cuales aparece abiertamente la aberración de todo sistema totalitario, en el plano teórico: los fines justifican los medios, y en el plano humano: el sacrificio del individuo en nombre de la “Revolución” o de la “Razón de Estado”. Los inquisidores modernos de la
Revolución de Octubre pensaban que era necesario “purgar la revolución”. Merleau-Ponty aplica entonces el método fenomenológico –ir al fondo de la “cosa misma”- a los tres conceptos claves de los revolucionarios soviéticos, a saber: revolución, marxismo y comunismo. Se trata de cuestionarlos para pensar la cosa en su fundamento; pensar el paradigma compleja dirá Edgar Morin diez años más tarde en su fascinante libro Autocritica (1958). Dichos conceptos se habían convertido en arma de guerra ideológica para justificar el régimen de terror estalinista.
Los ideólogos de izquierda encontraban en la crisis expansionista y colonialista, de corte capitalista, en favor de los estados nación europeos, en particular Francia y Alemania, las razones a las terribles guerras mundiales de la primera mitad del siglo XX. La Revolución de Octubre en Rusia se presentaba entonces como una esperanza socio-política para un régimen justo, basado en el bienestar de la comunidad. Recordemos también que entre los Aliados, el pueblo ruso pagó uno de los más altos tributos a la guerra contra el nazismo alemán, razón por la cual su proyecto de sociedad beneficiaba de cierto a priori positivo.