Elegía a Geneviève Vallejo-Karp (1955-2025), mi hermana de padre
Nelson Vallejo-Gómez
I
Tu infancia fue un umbral donde el frío hizo nido,
dejándote en la piel un temblor escondido.
Partió la madre un día, sin poder volver atrás,
Y tú quedaste niña, como un brote en la escarcha,
aprendiendo del mundo su rudeza temprana.
Desde entonces buscaste, en los ojos ajenos,
el reflejo imposible de un cariño primero,
esa luz que no vino, ese abrazo esperado
que tu alma reclamaba con un silencio triste.
II
Mas no fue el abandono quien torció tu destino:
hiciste de la herida un latido más fino.
Tu ternura buscaba, en el dolor del vecino,
la forma de curarte ayudando al camino.
Y a fuerza de entregarte creciste luminosa,
tan frágil como firme, tan herida y hermosa;
un susurro de brisa pasaba por tu gesto,
y en tu mirar temblaba un país de consuelo.
III
En la cocina andina hallaste un refugio,
un templo de braseros, fogón y orgullo antiguo.
Allí tu corazón, con un ritmo secreto,
recobraba la infancia que te había sido ausente.
Sobre el maíz dorado posabas la esperanza,
y el olor del frijol te traía la confianza
de un amor que nacía del hervor y del humo,
como un abrazo lento que volvía del mundo.
IV
Cuánta fineza noble ponías en los guisos,
cuánta verdad callada latía en tus aliños.
La Bandeja Paisa, en tus manos, era un rito:
una ofrenda, un poema, un consuelo, un destino.
El frijol remojado llevaba tu memoria,
el hogao encendido contaba tu historia.
Y el chicharrón crujiente, dorado en su esplendor,
parecía guardarte, como un gesto de amor.
V
Todo lo dabas, hermana, sin guardarte un respiro;
eras un manantial que olvidaba su sed.
Cuando el mundo sufría, corrías a su auxilio,
creyendo que en su calma encontrarías la tuya.
Y a veces lo lograbas: tu rostro se encendía
como si una caricia perdida regresara
y en el fraguar del suspiro del aroma tierno,
hallaras el latido que buscaste de niña.
VI
La vida, que contigo fue dura en su niñez,
quiso probarte aún más en tus años de esposa.
Abandonada quedaste por aquel tan ingrato.
Y quedó entre tus brazos una doble tarea:
sostener tu tristeza y criar tus dos tesoros.
A ellos todo diste la madre que no tuviste,
que el vacío paterno no fuera resentimiento
Los criaste con coraje, ternura, abnegación,
con noches sin descanso, albores tempranos.
Eras alas y raíces, eras madre y refugio,
fuiste muro y camino, fuiste faro y hogar.
Nunca te oíste quejar, aunque el cansancio hería;
nunca pediste nada, aunque faltara todo.
Y aun con la herida abierta del abandono antiguo,
tú ofreciste a tus hijos el amor que soñabas.
Qué grande es quien da aquello que nunca tuvo.
VII
En Ofe encontraste la guía tardía,
que la vida te negó en tus albores.
No vino a reemplazar a la madre perdida:
fue bálsamo sabio al desasosiego.
Os guardaste en inviernos del desamparo,
os enseñaste que la vida podía ser más suave.
Cuando esposo ingrato dejó almas vencidas,
Ofelia fue tu escucha, tu cobijo y tu casa.
Ella supo abrazarte cuando el mundo era estrecho;
fue luz entre tinieblas, fue palma entre lluvias.
Y tú la reconocías en silencio, agradecida,
como se reconoce un milagro en la penumbra.
VIII
Pero fue en tus últimos años cuando la vida,
como si al fin entendiera todo lo que perdiste,
te regaló la dicha más pura y luminosa:
tus nietos, dos soles en tus manos.
Qué alegría sentías al buscarlos a la escuela,
al tomar sus mochilas y limpiarles la frente,
al prepararles el algo con ternura infinita,
al ayudarles las tareas con paciencia de madre.
Tus ojos, que de niña buscaron una mano,
encontraron su puerto en esas dos miradas.
Tú, que añoraste un abrazo al regreso,
fuiste abrazo completo cada tarde sagrada.
Ellos fueron tu gozo, tu milagro tardío,
el premio que la vida antaño te debía.
IX
Hoy tu nombre resuena como un eco sereno,
y mi voz te recuerda con reconocimiento.
Descansa donde el tiempo ya no hiere ni pesa,
donde al fin te acompañe la ternura que falta.
Que un fogón de luceros caliente tu noche,
que una madre de estrellas te acaricie la frente,
y que el aroma andino de tus guisos sagrados
siga vivo en tus nietos, como un beso prolongado.
Ofé, tu padre y abuelos te esperan en San Pedro.