Por Pablo María Delmar
Bitacora MetaBabel del 28 de abril 2020
Bitácora MetaBabel, desde el miércoles 22 de abril 2O20, y a pesar del confinamiento total en que he estado, paso por la experiencia de saber que un cuerpo existe, que no sabemos cuánto puede o pueda. Es una mierda, ése virus. Te tira a la cama con escalofríos constantemente, un dolor de cabeza el «hijueputa» (expresión paisa, obscena y violenta, que pronuncias a manera de catarsis, antes de querer tirarse por el balcón a causa del dolor ), todas las articulaciones adoloridas como si hubieras hecho el Camino del Inca, idea y vuelta sin parar y, en mi caso, insomnio y la sensación de tener un puño de ácido ardiendo en medio del pecho, con dolor de espalda, a la altura del pulmón izquierdo. El bicho se quiere instalar. Al principio, me rebelé, pataleé, di puños en la mesa, patadas en el suelo, grité de rabia, evoqué la justicia natural y oh pretensión, la justicia divina; me tumbó la soberbia.
Luego me calmé y empecé serenamente a concentrarme interiormente, para acoger de la mejor manera y aprender a vivir con la invasión de los bárbaros.
Ya di la orden a mis generales leucocitos, para que paren el delirio totalitario de querer acabar con el COV-2, cueste lo que cueste, que no desaten estrategias tan absurdas como la «Tempestad del Desierto» o incendios de inquisición a la manera del loco de Monfort en el Castillo de Monségur: «¡Queménlos todos, Dios reconocerá los suyos!» Pues lo más importante con los no es destruirlos, sino neutralizarlos, reconocerles un espacio y aprender a vivir con ellos. Espero me escuchen, mis generales.
Soy una máquina humanoide, híper compleja, dotada de varios subsistemas autónomos. He aprendido a conocer su funcionamiento, pero no la complejidad de sus «decisiones naturales». Es evidente que para sobrevivir, cada uno de esos subsistemas (digestivo, respiratorio, sanguíneo, inmunológico, etc.) ha tenido que desarrollar sus estrategias de funcionamiento sin esperar órdenes de mi mente.
Huelga acotar y reconocer que mi mente tiene comportamientos, en clave pensamientos, a veces endemoniados, delirantes, con ideales enormes, disrupciones, cosas invisibles y sobrenaturales, que las piensa aunque no existan, absolutos, eternidades, sueños, pesadillas, delirios que hacen que beba, tome o actúe sin tener cuidado con el frágil equilibrio de ésos subsistemas.
La otra noche, atravesé la media noche hasta el alba en delirante insomnio. Tuve una introspección muy tensa con los generales de cada uno de esos subsistemas. Me sacaron varios «trapitos al sol». Me recordaron que en estos casi 58 años, me pueden pasar en cualquier momento una larga lista de comportamientos desmesurados y suicidas, en donde corría el tropel sin descanso, creyendo poder cambiar de montura en cada albergue, sin que la hubiera, siempre en la misma jaca, este mi pobre cuerpo, frente al vacío.
Les hice un discurso desesperado y poético, en vista de la crisis viral, un discurso a la Pericles. Les dije que es una cuestión de confianza total y plenitud relativa entre lo que nos hace vivir y morir juntos (vivir de muerte y morir de vida), y no de desconfianza total y vacío absoluto. Les dije que somos un sólo cuerpo en una sola Alma. Alguno intervino diciendo que lo de «un sólo cuerpo» era evidente, pero que habían constatado varías «Almas», «Voces», «Razones» o como se quiera, intervenir y venir en ocasiones a desarticular sus funciones naturales. Que no me extrañara que las peleas por el control de éste cuerpo fueran más de tipo inmaterial, hasta las causas del morir.
Les aseguré que, si me escuchaban, y no se dejaban enloquecer por la tempestad viral, sería de nuevo el más leal de sus ángeles custodios. Ruego que puedan encontrar de nuevo en el simple acto de respirar: maravillosa simpleza y plenitud vital.
Ad Augusta per Angusta