Elegía a Pelusa

(Para leerse como un canto, en honor a Pelusita, la mascota adorada de Guillermo, Rosa y Mariana. Homenaje de Pablo Maria Delmar, Paris 25 de julio de 2025)

Pelusa, fiel centella de sombra y de ternura, te has ido en una tarde sin canto ni locura. Cesó tu corazón como un lucero trémulo tras velar a tu amo en su instante más débil.

Te vi junto a su lecho, gimiendo en sincronía, como si comprendieras la frágil melodía de un cuerpo fatigado que lucha por la vida mientras tú lo mirabas con alma compungida;

Dormías cuando él dormía, callabas si él callaba, y tu aliento era abrigo cuando el dolor pesaba. Tu pecho se agitaba con la misma cadencia de aquel que en su silencio buscaba resistencia.

Y en los días mejores, cuando el sol despertaba, jugaban como niños en la aldea encantada. En el jardín antiguo de La Concha, la casa, él gritaba: “¡El Gato!”, y la farsa comenzaba.

Corrías como un rayo por entre las verbenas, y el viento entre tus pelos narraba cosas tiernas. Volvías victoriosa, con algo entre los dientes: un papel, una rama, un trozo de lo ausente.

Lo dejabas solemne a los pies de tu amo, como si lo invisible se volviera en tus manos.

Era el Gato Imaginario, el que nadie veía, sólo tú lo atrapabas, por amor, por la risa.

Y ahora que en Concepción los aleros respiran el silencio que deja tu luz que se retira, queda sólo el vacío en las tardes doradas y una ausencia menuda bajo la enramada.

Gris te busca en el patio, repite tu llamado, pero sólo contesta el eco ya cansado. No hay ladrido ni juego ni sombra entre la grama, sólo el viento del Cerro que baja y lo abraza.

Has muerto como mueren los seres de leyenda, sin ruido, sin protesta, con alma limpia y buena. Y aunque no comprendiste la muerte en su lenguaje, le ofreciste a Gris todo tu fiel coraje.

Pelusita del alma, tejida en la memoria, descansa entre azahares, en la eterna custodia. Donde haya un corazón que a otro se le entrega, vivirá tu ladrido, tu juego y tu entrega.

Aquí yace Pelusa, centinela invisible, que vivió del amor y murió invencible. No era más que un suspiro de juego y de alegría, mas guardó con su alma la luz de cada día.